sábado, 3 de marzo de 2018

LA ERA DE LOS BEBÉS MONITORIZADOS.




Pañales que alertan de riesgo de deshidratación o de infecciones de orina, ropa interior que mide la temperatura, los patrones de sueño o la frecuencia cardíaca, biberones que monitorizan cuánto y a qué velocidad se traga, sillitas con alertas antirrobo y antiolvido, carritos que se conducen desde el móvil, chupetes termómetro, mecedoras programables, orinales conectados a una tableta, traductores de llanto... El universo de dispositivos y productos “inteligentes” para bebés y familias no para de crecer y de diversificarse.



Tampoco es de extrañar, visto el ritmo al que se han introducido las pulseras, relojes y otros dispositivos para monitorizar la actividad entre los jóvenes de 24 a 35 años. Según el informe Connected Life de TNS, en el último año la penetración de los wereables o accesorios tecnológicos ha pasado del 8% al 15%, y es mayor en esa franja de edad. Y cuando los padres están acostumbrados a medir sus constantes vitales para mejorar su día a día, es más que probable que deseen monitorizar también las de sus hijos, especialmente en los primeros meses de vida, cuando se dispara el deseo de control y de seguridad en todo lo relacionado con el recién nacido. Eso hace que se haya creado un mercado emergente y que, visto que las ventas de este tipo de productos no paran de crecer, los pediatras hayan comenzado a mostrar su preocupación y a desaconsejar públicamente su uso, sobre todo de los monitores fisiológicos. 


Miembros de la Academia Americana de Pediatría (AAP) y diversos investigadores del ámbito de la pediatría han advertido en un artículo publicado en JAMA, la revista de la Asociación Médica Estadounidense, que ninguno de esos dispositivos que prometen controlar la respiración, la frecuencia cardíaca o los niveles de oxígeno del bebé están probados ni autorizados como dispositivos médicos y hay poca evidencia que sugiera que son seguros o eficaces. Denuncian que el márketing de estos productos juega con la ansiedad de los padres y el miedo al síndrome de la muerte súbita del lactante, sugiriendo que esos sensores se pueden usar para controlar al bebé mientras duermen. Sin embargo, la AAP asegura que no hay evidencia alguna de que esos monitores reduzcan el riesgo de muerte súbita, mientras que sí está probada la eficacia preventiva de recomendaciones médicas como la lactancia materna, el dormir bocarriba o evitar el humo del tabaco. Los pediatras también enfatizan que, “con demasiada frecuencia”, los padres asumen que todo lo que está a la venta es o debe ser seguro para sus hijos. 


Los autores del artículo publicado en JAMA recuerdan que tras los calcetines, pulseras, pañales, bandas y demás artilugios que incorporan sensores con capacidad de monitorizar la respiración, el pulso o la saturación de oxígeno y de generar alarmas para la apnea, la taquicardia o la bradicardia, lo que hay es un lucrativo negocio. Ponen como ejemplo que del calcetín inteligente Owlet Baby Care –que promete avisar a los padres si el bebé deja de respirar– se han vendido más de 40.000 unidades a 250 dólares, lo que implica una facturación de 10 millones de dólares (unos 9,3 millones de euros).


“En este pujante mercado se mezcla el boom tecnológico, el inmenso negocio que envuelve desde siempre todo lo relacionado con los bebés, y la obsesión de los padres por controlarlo todo; detrás de muchos de estos dispositivos en muchos casos hay empresas que, al rebufo de las nuevas tecnologías y la microfinanciación, aprovechan para vender productos basados en la preocupación y la angustia de los padres”, reflexiona Santiago García-Tornel, pediatra asociado del hospital Sant Joan de Déu. 

Y asegura que hay tres grandes razones para desaconsejar el uso de todos estos dispositivos de control. De entrada, no está demostrado por ensayos clínicos que sirvan de algo desde el punto de vista médico. En segundo lugar, porque lejos de reducir la preocupación de los padres puede disparar su angustia porque se producen falsas alarmas. Y, por último, porque muchos padres pueden confiarse y descargar en la tecnología el trabajo de supervisión que les corresponde. “Para controlar al niño no hace falta ningún artilugio; lo que hace falta es que los padres lo vigilen con la vista, el oído y el tacto”, enfatiza García-Tornel. Y explica que incluso en familias que han sufrido la muerte súbita de un hermano se desaconseja poner un monitor médico al bebé fuera del ámbito hospitalario porque se ­disparan falsas alarmas y provoca más sustos y ansiedad que be­neficios.


Amalia Arce, vocal de la Sociedad Catalana de Pediatria, tampoco cree aconsejable que los padres monitoricen a los bebés. “En un bebé normal no es necesario controlar los parámetros fisiológicos, y en los que tienen problemas, los médicos, desde los hospitales, ya dan a los padres las herramientas para hacerlo”, apunta. Y coincide con García-Tornel en que, más que comprar artilugios para vigilar o supervisar a los niños, lo que han de hacer los padres es estar alertas y vigilarlos, cogerles y mirar como están “porque no hay ayuda tecnológica que sustituya la necesaria vigilancia, contacto y apego de los padres”.

Los pediatras comentan que muchos padres compran estos dispositivos buscando seguridad y tranquilidad pero, para algunos, es peor el remedio que la enfermedad porque se obsesionan con variaciones normales de la temperatura, la frecuencia cardíaca o respiratoria y se dispara su ansiedad cada vez que reciben una alerta o informe de los latidos o movimientos de su bebé. Los hay que incluso se dedican a buscar diagnósticos por internet en función de los datos que registran, o que acuden a la consulta médica con un extenso informe de cuánto, cómo y cuándo come y evacua el niño sin que esa información resulte relevante para el pediatra ni para el buen desarrollo de la criatura. “Son padres helicóptero que tratan de controlarlo todo y de resolver todos los asuntos de su hijo, y no hace falta tanto control, la crianza es más sencilla que todo eso”, indica García-Tornel.

Arce, por su parte, opina que este tipo de padres ha existido siempre: “Lo que es nuevo es controlar la fiebre, las tomas de leche o las deposiciones a través de una aplicación del móvil, pero no el hecho de registrarlo, porque antes nos venían con hojas de Excel”. A su juicio, los dispositivos desaconsejables son los encaminados a medir parámetros fisiológicos porque pueden generar cierta angustia o crear una falsa sensación de control. Sobre el resto –las aplicaciones para registrar los biberones, las sillitas de paseo que incorporan música o las mecedoras que prometen reproducir los movimientos y sonidos del útero para calmar al bebé, entre otros– cree que no cuentan con evidencia científica alguna que avale sus ventajas pero forman parte del mercado de “cachivaches” que acompaña a cualquier bebé y pueden resultar atractivos o prácticos para los padres más tecnológicos.

García-Tornel coincide en que hay aparatos que pueden contribuir a tranquilizar al bebé o a distraerlo mientras los padres están ocupados, y otros que pueden ser útiles para vigilarles cuando no están en la misma habitación, pero recuerda que los médicos desaconsejan el uso de tabletas y pantallas con niños menores de dos años, lo que llevaría a descartar algunos de los artilugios en el mercado.


Autora: Mayte Rius.
Visto en : lavanguardia.com

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