lunes, 18 de mayo de 2015

TEST DE VELOCIDAD LECTORA.













El Colegio Jorge Juan , han realizado unos test online para medir la velocidad lectora de alumnos de 2º y 3º ciclo de Primaria, aunque hay que recordad que lo importante es la eficacia lectora, leer con fluidez y comprenderlo, de nada sirve leer muy rápido si luego nuestros alumnos no saben lo que leen.

ACTIVIDADES TIPO DE VELOCIDAD LECTORA.








Os adjunto una serie de actividades tipo realizadas por Manuel Jesús Virella Sánchez para trabajar la velocidad lectora con nuestros alumnos. Pinchar en el enlace.

martes, 12 de mayo de 2015

¿ QUÉ PASA SI LOS PADRES EXIGEN DEMASIADO?











Si el niño saca un ocho en el examen le instan a esforzarse para que la próxima vez sea un nueve. Y si logra el nueve, le reclaman un diez. Recuerdan constantemente que hay que recoger el baño después de cada ducha, que hay que doblar la ropa limpia y poner la sucia en el saco de lavar, que hay que obedecer y acudir a la primera cuando le llaman… Hay que, hay que…


Son pocos los padres que no desean grandes cosas para sus hijos. Pero entre desearlas y fijarlas como objetivo hay un trecho. Y ese es el que suelen recorrer los padres convencidos de que sus hijos rendirán más si ellos son muy exigentes, si en lugar de felicitarles por lo ya conseguido remarcan lo que aún tienen pendiente. Puede parecer que en una sociedad en constante lamento sobre la falta de cultura del esfuerzo, sobre la falta de límites y de tolerancia a la frustración con que crecen las nuevas generaciones, este tipo de padres exigentes son una especie en extinción. Sin embargo, psicólogos y pedagogos aseguran que no es así, que son muchas las familias que presionan a los hijos, especialmente en el ámbito académico, y que este exceso de exigencia está detrás de muchos de los problemas que llegan a sus consultas. 


“Hoy los padres quieren hijos bien formados, competitivos, con buenas notas, y muchos exigen altos rendimientos sin tener en cuenta si sus hijos pueden o no alcanzar ciertas metas o sin preocuparse de si los chavales comparten los mismos intereses o cómo se sienten”, indica Isabel Menéndez Benavente, psicóloga especializada en niños y adolescentes. Su colega Gonzalo Hervás, profesor de Psicología en la Universidad Complutense, enfatiza que, aunque algunos donde más aprieten sea en el ámbito académico, la mayoría de padres exigentes suelen serlo en todo: en el orden, en las tareas de casa, en los horarios, en el deporte, en las actividades de ocio… porque tienen la exigencia y el deseo de perfección como valor de su filosofía familiar. Quizá porque, como apunta Tiberio Feliz, profesor de la facultad de Educación de la UNED, “la exigencia es una forma de ser”. 


Y ¿qué ocurre cuando se pide demasiado? Todo depende de las capacidades, de los intereses y del carácter del niño. Si puede y quiere alcanzar las elevadas metas que le marcan, es posible que tenga un rendimiento óptimo y acabe desarrollando una personalidad exigente y perfeccionista, como la de sus progenitores. Si los objetivos le resultan inalcanzables o no le gustan, se frustrará, se bloqueará o se rebelará. En todo caso, lo normal es que acabe siendo una persona insegura, dependiente, con baja autoestima, predispuesta a la ansiedad y con poca emotividad y espontaneidad. ¿Por qué?


De entrada, porque los padres exigentes con frecuencia aplican un estilo educativo autoritario, se muestran intransigentes y tratan de controlar todo lo que hacen sus hijos para que respondan a sus objetivos. “Los padres democráticos pueden ser exigentes, pero si están acostumbrados a llegar a acuerdos, la exigencia se verá compensada y rebajada mediante la discusión y consenso con los hijos, de forma que es más difícil que caigan en el exceso”, reflexiona Tiberio Feliz. Y explica que cuando los padres se pasan de exigencia, cuando presionan para que el hijo responda a su proyecto y están permanentemente encima de él diciéndole lo que ha o no ha de hacer, se provoca dependencia. “De pequeños pueden resultar muy obedientes y ordenados, pero son niños con poco criterio y poco autónomos, y eso puede dar problemas cuando sean adolescentes y adultos; porque si no interiorizan los valores les resultará difícil tomar decisiones y esperarán que alguien les diga lo que han de hacer”, explica el profesor de la UNED.

 Hervás coincide en que los hijos muy exigidos, sobre todo cuando la exigencia no va acompañada de un fuerte colchón afectivo, acaban siendo muy inseguros. “Si los padres exigen y no dan muestras de afecto de forma frecuente, los niños se sienten frágiles y creen que si no cumplen los objetivos que les ponen serán rechazados; eso les crea inseguridad y acaban siendo personas que tratan de demostrar constantemente lo que valen, lo que las predispone a la ansiedad, al miedo y a las fobias; a algunos, los perfeccionistas, la inseguridad les hace esclavos del detalle y viven frustrados porque no siempre logran lo perfecto, y a otros la inseguridad les bloquea y les convierte en personas muy pasivas”, comenta.

Isabel Menéndez afirma que es frecuente encontrar en la consulta chavales convencidos de que sus padres les quieren en función de las notas. “La mayoría de padres llevan al hijo al psicólogo por fracaso escolar, porque su rendimiento bajó de sobresaliente a notable, y luego ha suspendido, y no entienden que está pasando; no entienden que el chaval se siente culpable por no traer buenas notas, que piensa que ha decepcionado a sus padres y que mientras estos siguen presionando con el rendimiento él no se siente apoyado y está sufriendo una depresión cronificada o una situación de desasosiego que le bloquea o que le lleva a adoptar conductas de riesgo, o a hacer gamberradas”, relata. Y critica que con frecuencia, cuando les cuenta a estos padres que su hijo tiene problemas de autoestima, de ansiedad o de depresión, “lo único que me preguntan es si salvará el curso”. 

Menéndez explica que muchos de los bajones en el rendimiento o los deseos de dejar los estudios durante la adolescencia tienen que ver con las presiones que los padres han ejercido en esos niños desde pequeños. “Cuando se exige y se exige se causa estrés en los niños y, al llegar a la adolescencia y a los cursos más difíciles de la ESO o del bachillerato, muchos de esos chavales se rompen; unos rompen con un descenso de sus notas y trastornos de conducta, y otros queriendo dejar de estudiar porque están hartos, cansados y se rebelan”, indica.


Àngel Casajús, pedagogo y profesor de Didáctica de las Ciencias Experimentales y la Matemática en la Universitat de Barcelona, coincide en que no por mucho apretar a los chavales van a rendir más en la escuela. “Si la exigencia es acorde con las capacidades e intereses del niño y desde casa hay una conciencia razonable y equilibrada, y se le anima en la tarea, el rendimiento llegará a ser óptimo, pero será contraproducente si estas variables no se dan”, comenta. Y explica que si no se tienen en cuenta las posibilidades del niño, este pasará por tres etapas: primero, por agradar a sus padres, intentará alcanzar las metas que le exigen; posteriormente, si no posee las capacidades para ello, se dará cuenta de que no puede alcanzarlas por más que lo intente; y, por último, ante esa incapacidad, acabará elaborando una idea negativa de sus propias habilidades, pensará que no sirve para nada, que todo le saldrá mal, y dañará su autoestima.


Los expertos aseguran que este daño es especialmente claro en el caso de los padres que siempre destacan lo negativo por encima de lo positivo, que piensan que si reconocen al chaval las cosas buenas se relajará y, para que rinda más, siguen exigiendo y exigiendo. “El hijo acaba con la sensación de que, haga lo que haga, nunca lo hace bien y nunca es bastante, siempre falla y sus padres nunca se sienten orgullosos de él”, explican. Y el niño que se considera inútil y que no sirve para nada acabará siendo un joven sin iniciativa, apático y desganado. 


Por otra parte, Tiberio Feliz advierte que, cuando los niños crecen obsesionados con lo que han de hacer y nunca se tiene en cuenta lo que les apetece hacer, inhiben el afecto y los sentimientos, y al crecer serán personas con poca emotividad, que no saben automotivarse porque no han desarrollado intereses propios. 

Entonces, ¿cuánto hay que exigir? ¿Cuándo es demasiado? “Si necesitas estar siempre encima de los niños para que hagan las cosas, quizá deberías pensar si te estás pasando de exigente”, responde Tiberio Feliz. Y aclara que el nivel de exigencia ha de ser tal que permita que el niño se comporte de forma autónoma, porque si no aprende a ser autónomo, quizá sea obediente, pero no le servirá en la vida porque los padres no podrán estar siempre detrás de su hijo para que haga o diga lo que deba. Isabel Menéndez enfatiza que cada hijo es distinto, y que para saber qué y cuánto exigir hay que conocerlos.


Àngel Casajús, por su parte, asegura que se puede ser exigente sin causar daños. Es lo que hacen los padres que él llama autoritativos, que se diferencian de los autoritarios “en que son exigentes pero contemplan las necesidades e inquietudes de los niños y adolescentes y, aunque son firmes en sus reglas y castigan si es necesario, promueven una comunicación abierta donde se calibran las capacidades, intereses, motivaciones y aptitudes, de forma que exigen en la medida en que el niño puede rendir”.


Según los expertos, el exceso de exigencia suele ser un problema de actitud. “El nivel de exigencia puede ser alto, pero si va acompañado de una buena comunicación, de muestras de cariño y de un buen colchón afectivo, cuando el niño no consiga el objetivo no pensará que está condicionando el afecto de sus padres, pensará que puede llevarse una bronca pero que no por eso van a dejar de quererle”, resume Gonzalo Hervás. Porque no caer en un exceso de exigencia tampoco significa ser negligente y dejar que los hijos crezcan a su aire. 

Si los padres no marcan límites y se muestran indiferentes a los problemas de sus hijos estos también crecen con inseguridad, tienen problemas para integrarse en equipos de trabajo porque no están acostumbrados a seguir normas y reglas, no saben esperar para conseguir logros y se rinden rápidamente ante las dificultades. 

“Los padres son responsables de organizar la vida cotidiana y el proyecto de educación de sus hijos y han de tener claro el objetivo y la forma de funcionar –organizar horarios, usos de la cocina, del baño, lo que se puede o no hacer, etcétera–, pero a la hora de construir ese ecosistema familiar han de basarse en la comunicación y en el conocimiento de sus hijos, permitir que estos participen progresivamente y saber motivarlos para que cumplan los acuerdos”, indica Tiberio Feliz. 


Hervás precisa que una cosa son los límites, que tienen que ver con cumplir una serie de mínimos y se ponen de pequeños (fundamentalmente hasta los cinco o seis años), y otra la exigencia, que aparece más tarde, cuando son más mayores, “y no tiene tanto que ver con cumplir o no las normas sino con la graduación, con los objetivos que se platean al niño y lo que se espera de él”. Y es a la hora de ajustar esas metas cuando hay que conocer bien y tener en cuenta al niño, “porque uno puede pensar que le exige buenas notas porque tiene una buena capacidad intelectual sin valorar que quizá no ha desarrollado la madurez, no tiene método de trabajo o le falta autocontrol, y que eso no le permite rendir”, ejemplifica.


Fuente: La Vanguardia.

lunes, 11 de mayo de 2015

DIFERENCIAS ENTRE MOTIVAR Y PREMIAR.



Premiar y Motivar son conceptos tan desconocidos como importantes, tanto en nuestras relaciones sociales como el cualquier proceso que de ellas nace. Las dos cierran y abren el círculo viciosos de la superación y el crecimiento personal, del camino de la sabiduría de uno mismo y son la clave del proceso de aprendizaje de la vida.
Motivar a una persona es proporcionarle algún motivo o razón para que realice o ejecute una determinada acción. Y Premiar es otorgar un reconocimiento por una acción, obra, actividad o por poseer alguna cualidad personal. ¿Cómo explicar, entonces, su diferencia y su complementariedad? Es sencillo, ya veréis.
Nos planteamos muchas veces cómo hacerle entender a nuestros hijos, a nuestros familiares (y esto puede generalizarse a otros ámbitos personales) cómo pueden sacar el máximo provecho de sí mismos. Vemos en el otro capacidades que ellos no ven (a todos nos pasa) e intentamos aportar lo que ellos no pueden: fuerza para crecer y aprender. Nos estamos refiriendo a la Motivación: conjunto de necesidades físicas o psicológicas, de valores y modelos sociales incorporados, no siempre conscientes, que nos orientan la conducta hacia el logro de un objetivo que necesitamos, sea por la razón que sea. ¿Es, por tanto, algo que se nos pueda dar desde el exterior? No, porque es el motor que guía y orienta nuestras acciones, sentimientos y pensamientos para conseguir logros que nos ayudan a ser felices, a superarnos y nos proporciona energía emocional y esto sólo nace de nosotros mismos. Pero, ¿podemos ayudar al otro a encontrarla? Por supuesto que sí.
Perdemos la motivación cuando no encontramos salida en algo y no la tenemos cuando no conocemos las consecuencias positivas de nuestros actos. Por ello es tan importante controlar el binomio Premiar-Motivar. El protagonismo del premio está en lo necesitamos para motivar a la persona porque necesitamos resultados de nuestros actos y conductas, es una de nuestras reglas principales de comportamiento.
Por lo tanto, Premiar es aportar un estímulo que aumenta la probabilidad de que la conducta se repita, con tan sólo su presencia. Al premiar hacemos que el interés por la conducta aumente, consiguiendo que la persona la repita. El peligro está cuando se necesita premiar para que haya motivación en la ejecución de la conducta. En ese momento no conseguiremos que la persona se conciencie de la bondad de la conducta, sino que aprenderá a que todo lo que ha de hacer o se le pida estará ligado a un premio y lo reclamará para portarse bien. En ese momento estamos premiando.
Lo que más influye en el aprendizaje de la conducta, acción o comportamiento es la sensación individual que producen los refuerzos, que le permiten a la persona cumplir sus propias metas. Por lo tanto, para el aprendizaje, o para cualquier clase de comportamiento humano, lo más importante es la motivación. ¿Cómo ayudar a provocarla? Mostrando las consecuencias de los actos, mostrando el camino hacia el crecimiento si se realiza la acción…Es decir, enseñando todo lo bueno.
Por lo tanto, necesitamos hallar el premio que sea motivador para la persona, pero sabiendo que no será quién mantendrá esa conducta en el tiempo. Sólo si lo conseguiremos si experimentamos placer en la mera ejecución de la conducta, acción, comportamiento. Esto es motivar.
En los más pequeños esto es difícil de controlar porque no tienen un sentido ni concepto de la motivación. Se mueven por impulsos y necesidades; su motor en la satisfacción de necesidades y deseos. Esa es la verdadera motivación en sus actos. Si usamos premios muy potentes y les damos un exagerado valor para conseguir la ejecución de sus comportamientos, no motivaremos, sino que condicionaremos al pequeño. “Si te portas bien esta tarde te compro cromos”, es un tipo de frase muy típica. Con ello conseguimos que el niño aprenda que el buen comportamiento lleva implícito un regalo. Lo correcto es premiar para motivarle a que realice el comportamiento correcto, y ahí entran en juego los premios no materiales. Portarse bien en una necesidad social y personal, no puede perder esa dimensión. Substituir premios materiales por sociales es lo correcto porque le provocarán sensaciones y sentimientos igual de placenteros que la propia ejecución de la conducta, a la vez que refuerza su verdadero sentido.
Hemos de recordar que somos su modelo, su guía en el camino de la vida. Usemos todo lo necesario para que crezcan, pero sepamos cómo usar nuestros propios recursos. Si usamos el premio con sabiduría será nuestro mejor recurso, aunque muchas veces no tenga forma de crono, muñeca o bicicleta, sino esencia de abrazo, buen humor y felicidad..entre muchas otras formas.

Fuente:M. Luisa Regadera. ISEP CLINIC MALLORCA.

VOCABULARIO BÁSICO EN IMÁGENES.







Os enlazo con un material realizado por Jesús Jarque sobre vocabulario de diferentes categorías semánticas para trabajar con alumnado de Ed. Infantil. Pinchar en el enlace.

CUATRO MANERAS DE ENRIQUECER EL VOCABULARIO EN LOS NIÑOS.


El desarrollo del vocabulario, el conjunto de palabras que conoce y usa una persona, es una necesidad dentro de los procesos de aprendizaje, tanto académicos como no académicos, de todo niño.
Los más pequeños se encuentran en pleno proceso de elaboración de su vocabulario, una herramienta que les servirá en el futuro para construir relaciones, acercarse al mundo y encontrar su lugar. 
De hecho, muchas rabietas tienen como causa la incapacidad del niño o niña de encontrar palabras para comunicar lo que sienten o piensan. Cuando disponen de las palabras adecuadas para expresarse, las rabietas suelen moderarse e incluso desaparecer. Otro ejemplo de la importancia de disponer de un vocabulario amplio y variado: cuando los niños entienden las palabras que usan sus profesores, su aprendizaje es más rápido y más sólido. Es más, si lo que el niño lee tiene sentido para él, antes adquirirá el gusto por la lectura. 
En el colegio se analiza la lengua, se aborda la gramática, se aprende un segundo o incluso un tercer idioma y los niños aprenden a conjugar los verbos. Sin embargo, la familia juega un rol fundamental en la ampliación del vocabulario. En concreto, los bebés aprenden sus primeras palabras leyendo los labios de sus padres. Por ello, ten en cuenta:
  • Háblale claro a tu hijo, como lo harías a otro adulto: no uses diminutivos ni palabras demasiado infantiles.
  • No dudes en utilizar palabras complicadas en vuestras conversaciones, siempre que le expliques qué quieren decir, sin aburrirle.  

Cuatro consejos para estimular el lenguaje del niño:

1. Conversar


Las familias que dialogan y se comunican están unidas. Los niños suelen ser unos charlatanes, siempre que sientan que sus padres están receptivos y que tienen ganas de hablar con ellos y de escucharles. De los abuelos aprenden expresiones de otras épocas, y entre hermanos suelen inventarse palabras que solo ellos entienden. Los momentos más propicios para fomentar el diálogo con tus hijos son durante la comida o la cena, la hora de irse a la cama, el trayecto del hogar al colegio o los viajes. 

2. Escuchar y leer historias


La lectura es el medio ideal para enriquecer el vocabulario de tu hijo sin que se dé cuenta. A pesar de esto, algunos padres suelen experimentar dificultades para ello. Elige para ellos libros divertidos y didácticos ,cómics, historias narradas en CD o canciones. A todos los niños, y a los mayores, les gustan las buenas historias.

3. Jugar


Hay infinidad de juegos en los que interviene el lenguaje. Los juegos verbales en los trayectos en coche, los juegos de mesa o algunos videojuegos permiten que los niños adquieran vocabulario mientras se lo pasan bien. Probad con las adivinanzas o con el tradicional “veo veo”. Otro juego muy divertido, y que además ejercita la memoria, es el de “he ido al mercado y he comprado…”: añade una palabra a la lista, tu hijo la repetirá y añadirá una nueva, y así sucesivamente, hasta que uno de los participantes falle. 

4. Realizar actividades durante el tiempo libre


Lo que se realiza durante el tiempo de ocio también enriquece el vocabulario de los más pequeños. Por ejemplo, cocinad juntos con libros de recetas para niños, o proporciónarle cuadernos de actividades en vuestras visitas a museos y otros lugares turísticos para aprender de otras culturas o ciudades. Tras las vacaciones o las salidas familiares, cread juntos álbumes de fotos o en los que ellos participen explicando sus vivencias con sus propias palabras. 


La importancia de tener vocabulario , es esencial para tener buena base de lenguaje . 

F. Herrero Márquez.

martes, 28 de abril de 2015

EVALUACIÓN DE LOS PROCESOS DE LECTURA DE PALABRAS.







Una vez obtenido el perfil de competencias lectoras y escritoras del alumno con dificultades,
debemos elaborar un modelo de procesamiento capaz de explicar el conjunto de habilidades y déficit observados, relacionando la conducta lectora con los procesos cognitivos que subyacen a ella.

Para ello, lo más adecuado es proceder de manera sistemática y paso a paso, comenzando
por separar las conductas que responden a los procesos de acceso y de producción léxica de
aquellas otras que dependen de procesos sintácticos y semánticos de nivel más elevado, pues
aunque el procesamiento de la lengua escrita es de naturaleza interactiva, ya dijimos que el
procesamiento de las palabras tiene un carácter bastante automático y modular.

Os adjunto otro documento al igual que el anterior publicado por la Junta de Andalucía para evaluar la lectura de palabras.